Estimada ahora "amiga":
Ya que me escribes preguntándome por lo ocurrido, sepa usted que yo soy el Lázaro, hijo de familia humilde, de infancia dura y de naturaleza pícara... aún sigo sin creer que no hayas sido capaz de escribirme en estos 9 meses que has estado desaparecida, y yo me pregunto... ¿Debería responder a tu carta? ¿O debería guardar silencio, como has hecho tú en este tiempo? Sólo un necio haría la segunda acción, y puesto que no me considero así, te estoy escribiendo en estos momentos...
Harán ya dos décadas o tres, quien sabe, cuando mi madre y yo viajábamos de un lugar en otro en busca de una nueva vida. No teníamos nada, ni comida, ni ropa, ni apenas el suficiente dinero como para comprar una barra de pan, puesto que mi padre nos abandonó cuando nací y arrastró con él todas nuestros ahorros. Vivíamos de lo que mendigábamos en las ciudades por las que pasábamos, y ante esta situación, un soplo de ingenio, de astucia, o simplemente de supervivencia, me hizo inventar un juego callejero en el que la gente con dinero vaciaba sus bolsillos en un abrir y cerrar de ojos y en el que había una posibilidad entre mil de que te llevaras el premio gordo. No era complejo, pero dotaba de un toque sutil de "algo" que lo hacía atractivo y es por ello que en menos de dos meses teníamos el suficiente dinero como para comprar una casa. A pesar de ello, preferimos seguir viajando de ciudad en ciudad, puesto que llevábamos a media docena de inspectores detrás nuestra, y es que temíamos que lo que hacíamos no era del todo legal.
El día que por primera vez pisé la capital recuerdo que empezó siendo uno de los mejores días de mi vida. Jamás había visto tanta gente junta en una ciudad, y es por ello, que hasta la fecha fue el día que más ganancias generó el juego. Pero el tercer día en esta maravillosa ciudad uno de los inspectores que llevábamos detrás nuestra nos confiscó la máquina de billetes. Tras mirarlo con lupa de arriba a abajo, buscando el truco de aquella cosa que tantos problemas había causado, el inspector lo declaró ilegal y después de consultarlo con sus superiores, enviaron a mi madre a la cárcel puesto que asumió toda la culpa. Cadena perpetua.
Aquel momento marcó mi vida por completo, dejé de dedicarme a lo que había llevado a mi madre a la cárcel y empecé a madurar. Toda mi vida había sido un "marginado" por así decirlo, puesto que jamás había tenido un amigo y es por ello que mi primer cambio fue de personalidad. Me convertí en una persona más social, aunque al principio me costó bastante y ya con una mente más despejada, y usando a mi madre de motivación, decidí comprar una casa en Alcázar de San Juan con el dinero que había escondido antes de todos mis problemas con la ley y me dediqué a reorganizar mi vida en este acogedor pueblo. Por fin hice amistades con los vecinos de enfrente, los cuales llevaban al igual que yo poco tiempo en el pueblo, y tras unos años aquí, te conocí en aquella parada de bus. Me recordaste a mi cuando perdí a mi madre... mirada perdida, expresión de tristeza... es por ello que me llamaste la atención y decidí hablarte.
Al conocerte me enamoré de ti, al igual que tú de mi, y decidimos casarnos. Todo iba bien hasta que te marchaste... y siento como si me faltara algo.
Piensa y recapacita lo que has hecho, en casa siempre serás bienvenida.
Tu querido.